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Un jesuita tras las cámaras de la película "The Pope"

11/01/2018

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El P. Octavio López Burgoa, SJ  recibió la invitación para participar como “asesor de la espiritualidad ignaciana y temas religiosos” en la película "The Pope"  que filma la productora Netflix en Argentina. 
 
Para contar su experiencia, el P. Octavio puso como título "The Jesuits who is in backstage" (el jesuita detrás de las escenas), mismo que coincide con el título del reportaje que le hizo  Netflix en los días de filmación. La película “The Pope” se basa en la vida del Papa Francisco.
 
A continuación, él cuenta su experiencia de  5 días intensos de rodaje:
 
Hace unos días, el 30 de noviembre terminó mi “asesoría religiosa” en Netflix,a propósito de la filmación The Pope, que se estrenará a fines de octubre de 2018.

Si me preguntan cómo llegué a este trabajo, podría responderles: “de casualidad”; pero como la casualidad no existe, sólo me afirmo en decirles que por la Providencia del Señor. Y lo creo y lo reafirmo, porque más allá de las anécdotas detrás de escena, esos 5 días me dieron la oportunidad de hablar de Jesucristo con mucha gente joven que trabajó en toda la impresionante logística de esta empresa.

La empresa en Argentina buscaba un cura. Un profesor del colegio donde trabajo tiene un hermano que es el asistente de dirección. El encargo a su hermano profesor: encontrame un cura. Y a Julián Vigo no se le ocurrió otro nombre que el mío. Me llamaron y me citaron para proponerme el trabajo (del que aún no he visto ni un cobre). Lo pensé porque iba a ser otro cambalache más y en medio del cierre del año escolar. Pero la imprudencia pudo más y ahí fui, haciendo malabares para que los tiempos coincidiesen.

Después de esa reunión con “la productora”, me tocó conocer a los actores: uno, de Chacarita; Julián Minujín, sobrino de la conocida artista plástica Marta Minujín. Tipo sencillo, de padre judío y mamá drusa, me reconoció que nada sabe de religiones y estaba muy interesado en aprender sobre eso, porque se crió en un ambiente ateo y eso de protagonizar al P. Bergoglio en su juventud no iba a ser fácil. Tuve que hacer una catequesis simbólica (en el más estricto sentido etimológico).

El segundo protagonista Jonathan Pryce, actor británico que interpretaría a Bergoglio como obispo y como Papa Francisco me recibió en el Park Hyatt, un hotel de esos que entras y procurás no tocar nada por miedo a romper algo. Junto a él estaba Fernando Meirelles, brasileño, director de la conocida película: La Ciudad de Dios y el uruguayo César Charlone, director de fotografía, que hizo la película El baño del Papa. Me falta conocer a Anthony Hopkins que hará el papel de Benedicto XVI.

En la entrevista se trataba de hacerles conocer lo que ocurría en la Argentina de los años 70 a 80. Más no pude decirles porque en 1980 me fui de la Argentina. Pero esa década no fue desconocida por mí, por lo que mi familia vivía y de mi “militancia” a los 14 años en la Unión de Estudiantes Secundarios, que añorábamos el regreso del General Perón. Mi adolescencia transcurría entre la UES y la Parroquia de la diócesis de San Isidro, pero estaba a salvo del chetaje de la época, porque vivíamos en un barrio de San Fernando, donde unas monjas de origen irlandés nos habían contado que aires nuevos soplaban en la Iglesia de América Latina.

Después iba a estar detrás de las escenas religiosas: misas, bendiciones, confesiones… La producción de Netflix se mueve a lo grande. Tenían todo lo que pedía: corporales, manutergios, purificadores, albas, sotanas… Una envidia porque en la capilla “bubiana” de San Jorge, con los trapos que tenemos apenas zafamos para una Misa.

Mientras se rodaba las escena, un ejército de extras (en una escena en la Villa 31 hubo 500), asistentes, maquilladores y peinadores (ingleses que habían trabajado en la película El Gladiador) éramos atendidos por el personal de catering. Mucha gente joven. En los espacios de espera, me acerqué a un mundo desconocido. Veía a cantidades de jóvenes ligados de una forma u otra al mundo del cine. Me llamó la atención cómo vestían: remeras descoloridas, pantalones cortos, zapatillas multicolores, pelos teñidos y con los cortes más estrambóticos, tatuados de pies a cabeza y piercings más extraños, se movían con orden que nada tenía que ver con la apariencia física.
Todo estaba ordenado y ante cualquier pregunta, se comunicaban con unos aparatos que se conextaban por bluetooth. Todo se consultaba y se seguía un protocolo parecido a una liturgia laica. Acostumbrado a los gritos del colegio, el set era un claustro semicartujo. Nada podía irrumpir una escena, aunque fuese un ensayo.

Nos comunicábamos en inglés, incluso para la comida. La gente de Netflix (de británicos y escoceses) muy sencilla y muy cercana. Una de ellas, hablaba un muy buen francés y me salvó en más de una situación. La otra fue repasar rápidamente el portugués para hablar con el director. Con los del vestuario, un italiano de cocina, servía para pedir un oggetti sacro. En agradecimiento a mi trabajo, ellas me regalaron 6 camisas de cura a medida: 3 manga corta y 3 manga larga. Por supuesto que les pedí le mutandine,  pero ese era otro cantar.

Qué me dejó esta experiencia: además de conocer gente del cine, fue el intercambio en esos tiempos libres con los jóvenes de los que les hablé más arriba. Muchos de ellos y ellas habían sido bautizados, recibido la comunión… pero se alejaron de la Iglesia. O la Iglesia los había alejado. Me hicieron parte de sus reuniones, de esas pausas con café, de sus sueños y los sentimientos que los movían. Me decían: vos sos el cura posta; porque había los otros que eran extras. Muchos me agregaron a sus contactos con la promesa: te voy a buscar… Hablame más de Jesús… Porqué los curas son así o asá. Creo que me dejé un espacio abierto y gente a la que no llegue todavía. ¿Será lo que el Señor me pide? Nos despedimos con sentidos abrazos.

Los de Netflix me entrevistaron. Saldrá meses antes del estreno. Me dijeron que sería The Jesuit who is backstage.
 
//Texto y fotos: Octavio López Burgoa, SJ